jueves, 19 de marzo de 2009

Olor a goma quemada

Ocurrió aquel invierno. Recuerdo la fecha claramente porque regresábamos de una cena familiar. Era de noche y la oscuridad parecía devorarnos. La conversación fluía tranquila cuando mi padre frenó de golpe. Fue algo surrealista.

Aquella imagen duró tan sólo unos segundos. Pero fue preciosa. Un grácil dálmata se postró ante nosotros, como si su belleza fuera digna de ser iluminada.

Bajé del coche corriendo, deseando que el perro, sumiso, esperara mis caricias pero en cuanto di un paso hacia él, huyó. No logramos alcanzarle. Llegué a casa con una sonrisa desdibujada. El rebelde había escapado.
A la mañana siguiente, me desperté malhumorada recordando lo ocurrido. El coche arrastraba sus ruedas hacia la universidad. No había conversación.

El sol apenas había asomado entre las nubes cuando de la nada, tras unos arbustos cercanos a la carretera, apareció el pequeño dálmata. Todo ocurrió muy deprisa: las ruedas chirriaron, un golpe seco y un fuerte olor a goma quemada.

Sólo entonces quedó el silencio. El sol comenzó a calentar y la sangre camufló las negruzcas manchas del dálmata.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Viviendo dos vidas

No hay arte al escribir. Tan sólo esfuerzo, constancia y paciencia. Porque las grandes historias nunca faltan, pero el don para plasmarlas en un papel es virtud de unos pocos. Se les hace llamar intelectuales, genios, grandes literatos…Pero para mí, simplemente son dueños de la imaginación.

Aquellos que pueden jugar a reescribir el destino de nuestro mundo imaginado. Nos hacen soñar lo imposible, caminar sobre realidades nunca vistas. Yo los califico como magos. Son capaces de hilar mundos pasados y futuros, realidades y mitos.
El verdadero placer de la literatura reside en jugar a soñar cosas imposibles y alcanzarlas con tan sólo rozar las palabras. Porque si has leído mientras vivías, has vivido dos vidas.

El escritor no nace sabiendo, sino que se alimenta a base de tiempo. Años que entrañan conocimientos y experiencias. Observa, lee, escucha e imagina. Y así empuña su pluma y comienza a garabatear. A dudar en si esta palabra es buena o en si hay otra frase que encaje mejor. Y vuelve a empezar. Rompe la hoja lleno de desesperación y se enfrenta a otra lucha de paciencia.

Pero al final acaba ganando la batalla. Porque es capaz de ver donde otros no hallan nada, escribe historias mundanas convirtiéndolas en exquisitas. Posee el poder de crear.

Cuando me preguntan por qué me gusta escribir pienso que no hay respuesta que valga pues no se puede definir algo tan grande. Simplemente nace de dentro y se alimenta del mundo.

Jugando a polis y cacos

Caminaba demasiado rápido. Pero nadie le dio importancia. Yo decidí seguirle. El resto del mundo parecía ir a contracorriente, como si el juego de polis y cacos no tuviera nada que ver con ellos. Fue en ese instante cuando recordé una frase que había leído: “Sólo los peces muertos siguen la corriente, yo prefiero ser un salmón”.
Sí, él era un salmón.

Le seguí calle abajo y se me grabó en la mente su cara. Fue un momento fugaz. Tan sólo un segundo. Se paró conscientemente y giró la cabeza. Me miró divertido y continuó la huída.
Para cuando reaccioné ya era tarde. Le perdí de vista. Él contaba con cuatro patas; yo, tan sólo con dos.